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domingo, 19 de enero de 2014

"LA CARTA DE RECOMENDACION" DE EDUARDO WILDE - 1872




La página, además, intenta ser un paneo sobre los figurones del periodismo de la época. Personalidades que biografío en las notas al pie, quizá para utilidad de los estudiantes de periodismo o comunicación social y para el que se interese en conocer quién es el individuo que se nombra.
Entre la copiosa documentación almacenada tras 56años de vida de la Goyena hallamos todo tipo de documentos que bien valen una página en este blog para que ingresen a la tan consultada Internet y ofrecerla al público interesado; intentando que los libros no mueran de inanición en los anaqueles. La reciente nota que publicó EL QUILMERO, “Dos Wilde para una estación” nos trae a la memoria este folleto que transcribimos a continuación,que es un manifiesto de lo que hoy llamamos “ñoqui”. Ese empleado recomendado de las oficinas públicas que completa el tumulto de empleados recomendados que poco o nada encuentran para hacer más que evitar que los atropelle el resto de los empleados en lo reducido del espacio que caracterizan a estas dependencias. ¡Parece que esto viene de lejos! Esta “causserie[1] – que puso en mis manos nuestra bibliógrafa Cristina Secco -  la escribió el Dr. Eduardo Wilde en 1872. Vemos en ella la admirable inteligencia de un autor ágil en la secuencia del hecho, entretenidísmo con su gracejo irónica. 
“La Carta de Recomendación[2] es uno de los tantos folleto de la Inspección General de Escuelas de Territorios, “Biblioteca Circulante” que se distribuía en las escuelas nacionales, como las Láinez. Fue editado en 1927, por casa “Ángel Estrada y Cía” (Bolivar 466, Bs. As.) y fue donado a la Goyena por la señora Ofelia Fernández el 15 de febrero de 1968. La biblioteca cumple con la sugerencia de la contratapa: “Lea Ud. este folleto. Coméntelo, Facilítelo a otra persona.” (Chalo Agnelli)
LA CARTA DE RECOMENDACIÓN
Agosto de 1872.

Buenos Aires está enfermo. 
Lo han dejado las epidemias de cólera y fiebre ama­rilla, pero lo aqueja otra enfermedad interna.
Este pueblo padece de una afección moral, de un trastorno funcional de las pasiones.
La causa de esta afección es la necesidad, pero no la necesidad imperiosa de vivir y de poder emplear los elementos necesarios para mantener en función los orga­nismos.
Generalmente hablando, los habitantes de Buenos Ai­res tienen que comer, con que vestirse, aire para respi­rar, terreno en que caminar, luz para ver y todos los demás elementos que utilizan los órganos para mante­ner sus funciones.
Las necesidades estrictas de la vida pueden, pues, ser llenadas sin gran esfuerzo en este pequeño centro de población.
Pero no sucede lo mismo con las necesidades facticias,[3] que no por ser menos reales, son menos apremiantes. 
Existe entre nosotros la necesidad imperiosa de apa­recer. 
Ningún hombre se contenta ahora con tener con que cubrirse la cabeza; si hay que cubrirla es necesario ha­cerlo con un sombrero a la moda y perpetuamente nuevo.
 Ninguna mujer usa su pañuelo para guardarse del aire frío de las noches y de la humedad de la atmósfera; no señor, para obtener ese propósito se necesita una gorra; y no una simple gorra, sino una gorra con flores. Si a más de esto la mencionada gorra tiene la sobresaliente cualidad de haber sido comprada en la ca­lle Florida, la necesidad de cubrirse la cabeza queda enteramente satisfecha.
Para tener un sombrero siempre a la moda y siem­pre nuevo, es necesario comprar muchos sombreros, y pa­ra poseer una gorra siempre servible, es necesario com­prar gorra para iglesia, gorra para teatro, gorra para paseo, gorra para verano, gorra para invierno, gorra para levantarse, gorra para estar despierto, gorra para dormir, en fin, es necesario tener un cargamento de go­rras de todas clases, tamaños, formas y colores.
Excusado es decir que para llenar la necesidad de no resfriarse se necesita actualmente una pequeña renta de quinientos patacones [4] al año.
No quiero irme de la cabeza a los pies por no dar un salto sobre los órganos intermedios, que tienen tam­bién sus necesidades, y no quiero hablar de las necesi­dades de esos órganos, porque ha de resultar que para vestir un hombre y satisfacer sus pasiones, sé emplearían sin desperdicio las rentas de una aduana.
¡Felices tiempos aquellos en que comer sopa con to­cino los domingos constituía el supremo de los goces, y en que cuidar las cabras a caballo era la más loca e increíble de las ambiciones!
De su peso cae aquí la reflexión de que para satisfa­cer las necesidades de un individuo de nuestro tiempo se necesita mucha plata. Trabajar y lucir son dos cosas que se excluyen. 
El obrero que trabaja toda la semana, viste de blusa por el interés de conservar su paletó [5] para el domingo.
Pero qué se diría de un hombre conocido que usará sombrero bajo los más de los días y de felpa y alto so­lamente los domingos y días de guardar!
El qué dirán importa, por una nueva necesidad, la necesidad de trabajar poco. Y si se pone ésta necesidad al lado de la de ganar mucho, resulta lo que todos sabemos, es decir, que los más desean un buen acomodo. Un buen acomodo quiere decir en castellano un em­pleo en el cual sé trabaje poco y se gane mucho. 
De aquí la ingente suma de pretendientes que tiene cada puesto vacante.
Para alcanzar un empleo se necesita empeños, buenas relaciones.
Cualquiera diría que para ocupar un puesto se nece­sita aptitud, pero esto que parece verdad a primera vis­ta, es un sofisma en Buenos Aires. 
Las aptitudes son las cualidades en que menos se piensa.
El favor, la recomendación y la condescendencia ger­minan de un modo alarmante y han dejado enfermiza a esta sociedad. Verdaderamente, en Buenos Aires el valor del mérito ha desaparecido o se ha desvirtuado. Tener amigos (¡quién no tiene amigos en un país en que todas somos igualas!), es la mayor ventajas. Los puestos en que se gana dinero circulan en un núcleo de amigos.
No se pregunta, cuál es el más apto sino cuál es el me­jor recomendado.
De esto resulta que la vida de las entidades políticas, financieras, comerciales, literarias e industriales es insoportable por los tiempos que corremos.
Ser ministro capitalista es lo mismo que ser mártir y condenado en vida.
Cada entidad de este pueblo Recibe diariamente veinte cartas de recomendación y escribe veinticinco. Se necesita una renta para papel y plumas. Como en todas las cosas; la necesidad de dar cartas recomendación ha traído e1 abuso.
Ya no son sólo los hombres eminentes quienes las dan y las recibe.
Desde el presidente hasta el basurero, todos tienen a quien recomendar y quien les haya sido recomendado. Yo también recibo cartas de recomendación y las es­cribo por docenas.
Felizmente he dado con la luminosa idea, de contestar en los sobres, lo que me produce una pequeña economía.
A proceder de otro modo, la profesión no me daría para mis gastos.
La carta de recomendación se ha hecho una contri­bución, un tributo que todos pagamos por él solo dere­cho de usar el nombre que nos pusieron en la pila.
Por esto las cartas de esta clase han perdido su valor y se necesitan muchas para que valgan como una. A éstas cartas les ha sucedido lo que al papel moneda. Primero un peso valía ocho reales plata; ahora se necesitan veinticinco pesos para hacer un patacón.
El abuso ha traído el descrédito y la baratura de la mercancía. Como todos recibimos cartas de recomendación, todos las damos sin escrúpulos. 
Todo el que tiene un oficio las da, todo el que usa un nombre que siquiera éste en algún almanaque, las da también. Para este propósito, las mujeres hacen un incalculable consumo de papel timbrado y no son estos billetes los menos eficaces. La belleza, la posición y el sexo abren las puertas para todo. Es muy difícil decir no a una mujer bonita que dice sí. Mucho más, es muy difícil decir no a cualquier mu­jer que dice sí.
Todavía me acuerdo que tratándose de una solicitud en que yo tenía razón, el gobernador Castro [6] me dejó de una pieza diciéndome que había unas cuantas seño­ras que no querían la cosa. Es incalculable el poder de las mujeres.
Una de las causas que me inducirían a quedarme soltero [7] sería el temor de que hostigaran a mi mujer para pedirle cartas de recomendación. Si ella era desairada, el desairado era yo, y si era atendida, ¿por qué atende­rían una recomendación de mi mujer más bien que una mía?
Hay, indudablemente, peligrosas maneras de hacer el bien. Pero por serio que sea el conflicto en que nos hallamos y mientras salimos de él, no dejan de presentarse casos curiosísimos y ridículos en esta forma de distribuir puestos; el siguiente por ejemplo:
Hace poco se presentó en casa el señor don Pedro Romualdo Mosqueira, que era portador de una carta de recomendación para mí. Atendiendo a ella, pregunté a don Romualdo en qué podía serle útil. 
-       Me han dicho, señor - me contestó - que usted es algo relacionado aquí y quería que me diera una cartita para algunos de sus amigos. 
-       Perfectamente; ¿en qué desearía ocuparse? 
-       En un empresa de diarios, por ejemplo. 
-       Muy bien. ¿Sabe usted leer? 
-       No, señor. 
-       Perfectamente: tome usted asiento un instante.
Dicho y hecho, tomo la pluma y escribo:Señor don Eduardo Dimet,[8] director y propietario del “El Nacional”. Estimado amigo: Le presento a usted al señor don Pedro Romualdo Mosqueira que me ha sido calurosamente recomendado por nuestro común amigo don Héctor Varela.[9] Desea ocuparse de su imprenta y yo creo que contentará con un módico sueldo de ocho mil pesos si usted lo pone al frente de la administración de su establecimiento. Saluda a usted atentamente. – N.N.”
Haría de esto un mes, cuando una mañana recibo una carta que decía: “Señor don N. N. — Querido amigo: Usted, que tiene tanta relación con Dimet, hágame él favor de darle al portador de ésta, don Rómulo Mezqui­ta, una cartita de recomendación, que le sirva, a lo menos, para presentarse. Este señor desea ocuparse en algún diario, y como me ha sido muy recomendado no vaciló en pedirle a usted un servicio en favor de un extranjero, necesitado. Soy su afectísimo. Juan A. Golfarini.10] 
¿Quién será este don Rómulo Mezquita, decía yo, cuando alzando la vista percibí en el patio la simpática figura de mi antiguo conocido don Pedro Romualdo Mosqueira, que en sus tribulaciones por emplearse en un diario hasta su nombre había perdido?
La cosa era sencilla. El círculo de amigos se cerraba. El hombre volvía al punto de que había partido, des­pués de haber andado a pie por las calles de Buenos Ai­res, doscientas setenta y cinco leguas en un mes, tras de una o más cartas de recomendación. 
-       ¡Cómo es esto, señor don Romualdo! - exclamé abriendo tamaña boca. 
-       ¡Cómo ha de ser! - me contestó - Todo el mundo me ha recibido bien, pero cada cual me despedía con una car­ta y muchos ofrecimientos. Como usted supondrá, llevé su carta a Dimet; Dimet me dijo que el puesto que yo pretendía estaba ocupado, pero que en el empeño de servirme me recomendaría a Luis Varela,[11] como lo hizo; Varela me recomendó a Bilbao, [12] Bilbao me recomendó a Walls, [13] Walls me recomendó a Cordgien; Cordgien me recomendó a Gutiérrez; [14] Gu­tiérrez me recomendó a Cantilo, [15] Cantilo a Mansilla; [16] Mansilla a Ojeda; [17] Ojeda a Choquet; [18] Choquet a Quesada; [19] Quesada a Balleto; [20] Balleto a del Valle; [21] del Valle a Goyena; [22] Goyena a Paz; [23] Paz a Mallo; [24] Mallo a Golfarini y Golfarini a usted; y aquí me tiene otra vez al principio de mi carrera.
Excusado es decir que yo solemnicé tan original pere­grinación con toda la hilaridad de que podía disponer. 
-       ¿Y ese cambio de nombre, señor don Romualdo? 
-       Ese cambio de nombre, es que a fuerza de repetir “Pedro Romualdo Mosqueira”, el nombre me parecía vulgar y largo, y pensando que era más cómodo para las cartas de recomendación uno más corto, lo acorté llamándome Rómulo Mezquita. 
-       Pues señor don Rómulo Mezquita, conforme ha cambiado de nombre, cambie también de aspiraciones, y en lugar de buscar un empleo en diarios, acepte cual­quier trabajo, de cobrador por ejemplo.
Don Pedro Romualdo Mosqueira tiene actualmente una agencia de cobranzas, vive sin lujo, pero cómodamente y sólo tiene una enfermedad que amarga su vida: ¡sufre de epilepsia cuando ve una carta de recomendación! (EDUARDO WILDE)
Compilación Cristina Secco
Compaginación, digitalización y notas bibliográficas Chalo Agnelli


BIBLIOGRAFÍA: 
Cutolo, Vicente Osvaldo. “Nuevo Diccionario Biográfico Argentino” (1750 – 1930) Editorial ELCHE. Bs. As. 1968.
Santillán, Diego A. de. “Gran Enciclopedia Argentina” Ediar Soc. Anon. Editores, Bs. As. 1960.
http://www.elortiba.org/cronoper.html
Wilkipedia

NOTA


[1] Relatos breves, anécdotas, conversaciones o diálogos, en su mayoría autorreferenciales. Estilo que impuso Lucio V. Mansilla en sus "causeries (charlas) de los jueves", a imitación de Charles Augustin Sainte-Beuve.
[2] Hay una reimpresión actual de ediciones El Aleph: http://www.elaleph.com.
[3] Que no es natural; que se hace por arte.
[4] Monedas de plata emitidas en el período 1881-1883. Se acuñaron cuatro valores: 1 m$n (un peso moneda nacional) de 25 gramos, 37 mm de diámetro, y 900 milésimos de plata; 50 centavos (de 12,5 g, 30 mm y 900 milésimos de plata); 20 centavos (5 g, 23 mm y 900 milésimos de plata) y 10 centavos (2,5 g, 18 mm y 900 milésimos de plata). 
[5] Especie de levita, por lo común algo más larga y holgada que las comunes, que solía llevarse sobre el frac. 
[6] Emilio Castro (Bs. As. 1821/1899) Político, hacendado, gobernador de la provincia de Buenos Aires en octubre de 1868. Cuando Adolfo Alsina se convirtió en vicepresidente, Castro asumió la gobernación; al año siguiente fue reelecto En mayo de 1872 fue sucedido por Mariano Acosta. 
[7] Eduardo Wilde se casó con la viuda de Manuel Zavaleta,  Ventura Muñoz el 27 de noviembre de 1875 en la iglesia de La Merced. Tuvo un matrimonio desgraciado que terminó en divorcio. Viudo ya contrajo nuevas nupcias con Guillermina de Oliveira Cézar muchos años menor que él. 
[8] Eduardo Dimet Rodríguez (1845 – 1905) Periodista y comerciante. Participó en la guerra de la triple “infamia”; En 1871 adquirió en propiedad el periódico “El Nacional”. Casado con Justa Cané, hermana de Miguel Cané.
[9] Héctor Florencio Varela Cané (Montevideo, 2/7/1832 – Río de Janeiro 10/10/1891) Hermano de Florencio Varela. Contaba con diez años de edad cuando hizo su primer viaje a Europa llevado por su padre en la misión diplomática que le comisionaron los hombres del Partido Unitario. A la muerte de su padre, se refugió en Río de Janeiro donde para atender al sustento de los suyos, se dedicó al comercio en su primera juventud. Regresó a Buenos Aires después de la batalla de Caseros. Tenía veinte años y su actuación a partir de ese momento fue intensa. Fundó con su hermano Mariano el periódico "La Tribuna". Realizó en 1853 su segundo viaje a Europa siendo poco después nombrado cónsul general en París, no pudiendo desempeñar su cargo porque Napoleón III recordando que Varela había anatematizado en su periódico el golpe de estado, que dio vida al último Imperio francés, no quiso otorgarle el correspondiente excequatur. Vuelto a su país, el presidente Mitre lo nombró encargado de negocios en Montevideo donde no permaneció indiferente a la política local mezclándose en las cuestiones palpitantes de la actualidad uruguaya y abandonó esa posición para asistir al Congreso de la Paz que se celebró en Ginebra en 1867, en cuya tribuna asombró con su elocuencia a los hombres más eminentes del viejo mundo en una improvisación que hizo en defensa de la democracia americana, zaherida por un orador de Suiza, mereciendo homenajes de la prensa republicana del mundo. Regresó a Buenos Aires y se entregó de lleno al periodismo. Empezó a publicar su sección "Cosas" que firmaba con el seudónimo de "Orion" popularizado rápidamente en la ciudad. Identificado con la vida porteña, dueño de un carácter movedizo y alegre Héctor Varela fue para entonces un hombre popular y el animador reconocido del ambiente. A él se le deben los famosos carnavales de 1869 y 1870, los más alegres y fantásticos que recuerdan las crónicas de la gran aldea. "Orión" estaba en todas partes y este solo nombre bastaba para levantar el espíritu. A las "Cosas" de Orión, siguió el "Almanaque Orión", luego la "Confitería Orión" y hasta surgieron los sombreros Orión que aún hoy llevan este nombre. La popularidad de Héctor Varela alcanzaron su mayor auge en los años 1869, 70 y 71, año este último en que le tocó encabezar aquel generoso movimiento del periodismo porteño en defensa de la ciudad contra la epidemia de fiebre amarilla traducido en la Comisión Popular de Salubridad pública. Héctor Varela fue presidente de esta comisión a la muerte de Roque Pérez, pero tanto entonces como antes y como después fué su promotor, su animador y su componente más representativo. Tenía grandes amigos en el viejo mundo. Emilio Castelar era uno de ellos, y fue por sugestión del gran tribuno español que abandonó nuevamente el país para editar en Europa "El Americano", periódico de propaganda que vivió dos años y en el cual consumió apreciables capitales y comprometió también la estabilidad de la "Tribuna". Como final de la aventura viose obligado a aceptar el empleo de agente de inmigración del gobierno argentino en Francia, y luego en Italia donde publicó un nuevo periódico "La Italia y el Plata". Regresando nuevamente a su país para volver a ocupar cargos legislativos y fundar "El Porteño" diario de combate que tuvo gran notoriedad en los años 1879 y 80. Los últimos años de su vida transcurrieron entre nuevas empresas y tentativas periodísticas, alternadas con el desempeño de algunas misiones oficiales en Montevideo Río de Janeiro y Barcelona. Había cumplido sesenta años y regresaba de uno de sus viajes intercontinentales cuando fue atacado por la fiebre amarilla en Río de Janeiro. No pudo volver a embarcarse y falleció en la capital Carioca el 2 de Octubre de 1892. Sus restos descansan desde entonces en la bóveda de Quintino Bocayuba, gran amigo de su juventud, que lo asistió en los últimos momentos. De su copiosa producción periodística y literaria solo ha sobrevivido su conato de biografía novelada "Elisa Lynch", relato inconcluso sobre la vida de esa célebre mujer; la novela "La virtud de una coqueta"; "Páginas sueltas"; "La república de Venezuela y su presidente Guzmán Blanco", algunas semblanzas biográficas en folletos y un estudio sobre Castelar. 
[10] Juan Ángel Golfarini nació en Montevideo el 23 de junio de 1838, hijo del coronel de caballería Juan Ángel Golfarini y de Leonor Gereda. Emigró a la Argentina y en 1857 ingresó a la facultad de medicina de la Universidad de Buenos Aires. Si bien en un primer momento negó que la epidemia era tal como lo afirmaba el Dr. Wilde, luego tuvo significativa actuación ayudando a los enfermos de la fiebre amarilla en 1871. Sirvió en el cuerpo de sanidad militar durante la guerra de la triple “infamia” alcanzando el grado de general en las fuerzas de su país natal y del adoptivo y fue candidato presidencial por el partido Blanco de Uruguay. 
[11] Luis Vicente Varela Cané (Montevideo 1845 – 1911) Hermano de Héctor Florencio. Abogado, político, historiador, desde 1868 se desempeño como abogado a ambas márgenes del Río de la Plata. Autor de “Historia Constitucional de la República Argentina”.
[12] Manuel Bilbao. (n. Sgo de Chile 26/3/1827 – Bs. As. 14/8/1895) Abogado, historiador, novelista y periodista. Hermano del furibundo anticlerical Francisco Bilbao. En Buenos Aires fue redactor del diario “La República” y en 1873 fundó “La Libertad”: también escribió en “El Nacional” y en “La Prensa”. Recopiló las Obras Completas de Juan Bautista Alberdi, en colaboración con Arturo Reynal O´Connor. (Ver Cutolo, tomo Iº, pp. 456 a 458.
[13] León Walls. (n. París 5/11/1819 – m. Bernal 10/5/1894) Periodista y economista. Redactor de “Le Courrier de La Plata”. Tesorero de la Comisión Popular que combatió la epidemia de fiebre amarilla en 1871. Integró el directorio del Banco Nación. Poseía una hermosa casa quinta en Bernal, sobre la actual avenida San Martín, donde transcurría el verano y los fines de semana, allí se retiró en los últimos años de su vida.
[14] José María Gutiérrez ( Bs. As. 20/6/1831 – 26/12/1903) Fue un educador, editor y político. Ejerció como ministro de justicia e instrucción pública  de la Nación durante las presidencias de Nicolás Avellaneda y de Carlos Pellegrini. En 1862 fundó y editó el diario “La Nación Argentina”, firme puntal de la política del presidente Mitre. Cuando, en enero de 1870, éste se transformó en el actual diario “La Nación, fue su editor en jefe, cargo que ocupó el resto de su vida Durante su gestión se continuó la acelerada expansión de la educación primaria pública, con la fundación por parte de los gobiernos provinciales de centenares de escuelas, con ayuda económica y técnica del gobierno nacional. Una ley del año 1878 reglamentó el sistema de evaluación por exámenes en los Colegios Nacionales, permitiendo rendir examen a los alumnos que no hubieran cursado las materias, o las hubiesen cursado en colegios particulares. En 1895, fue nombrado presidente del Consejo General de Educación de la Nación, cargo que ejerció hasta su fallecimiento. 
[15] José María Cantilo. El 6 de julio de 1861, redactó el matutino político y literario “La Verdad”. En 1874 colaboró con la Revista Literaria, de Carlos Vega Belgrano.
[16] Lucio V. Mansilla. (Bs. As. 23/12/1831 – París, 8/10/1913)  Fue general de división, periodista, escritor, político y diplomático, autor del libro ”Una excusión a los indios ranqueles”, fruto de una recorrida que emprendió en 1870. Fue gobernador del Territorio Nacional del Gran Chaco entre 1878 y 1880. A partir del 19 de noviembre de 1859,  hizo los dieciséis números del periódico “La Paz” pidiendo por la unión de Buenos Aires a la Confederación. Lo cerró el 29 de marzo del año siguiente, cuando se concretó su anhelo. El 1º de mayo de 1868, Mansilla publicó “La Patria”, donde colaboraron Aristóbulo del Valle y Federico Torrado, entre otros. 
[17] Olegario Ojeda. (Salta 1837 – Sevilla 22/2/1894). Jurisconsulto, funcionario, diplomático y periodista. Estudió en el colegio de Concepción del Uruguay. Fue colaborador del “Correo del Domingo” de Buenos Aires. En 1867, fue redactor del periódico “Actualidad” de Salta y colaborador de “El Inválido Argentino”. Luego con “La Revista Argentina” dirigida por José Manuel estrada y Pedro Goyena. Fue secretario del presidente Sarmiento durante todo su período. Fue ministro plenipotenciario ante el reino de España. (Ver Cutolo Tomo V – pp. 120 y 121) 
[18] Luciano Choquet. Francés. Redactor de “El Nacional” y “El Mosquito”. Falleció el 12 de setiembre de 1888 en Buenos Aires. 
[19] Vicente Gregorio Quesada. (n. Bs. As. 5/4/1830- 19/9/1913) Jurisconsulto, diplomático y periodista. Fue redactor de “El Nacional Argentino”. El 3 de febrero de 1853, en Corrientes, Vicente Quesada junto a Juan Pujol y Julián Díaz de Vivar sacó “La Libre Navegar los Ríos”, que continuó a partir del número 69 con el nombre de “El Comercio”. Finalmente, y entre el 3 de mayo de 1857 y el 29 de mayo de 1859, se convirtió en “La Opinión”. 1861, publicó “La Revista del Paraná, de Vicente Quesada (sobre historia y literatura y precursora de la Revista de Buenos Aires) En mayo de 1863, apareció la “Revista de Buenos Aires”, que publicó junto a Miguel Navarro Viola que sacó un total de 96 números hasta su desaparición, en abril de 1871. En abril de 1880, se conoció “La Nueva Revista de Buenos Aires”, dedicada a temas de historia, política y ciencia. La dirigió junto a su hijo Ernesto, sacaron 45 números, el último en julio de 1885. 
[20] Antonio Balleto, fundó en 1873 un semanario político y literario, que llamó El Constitucional y cesó el 18 de enero de 1874 
[21] Aristóbulo del Valle (Dolores, 15/3/1845 – Bs. As., 28/1/1896) Fue abogado y político, fundador junto a Leadro N. Alem de la Unicón Cñivica Radical. En 1868 colaboró con el periódico “La Patria “ de L. V. Mansilla. 
[22] Pedro Goyena (1843/1892) Ver biografía en este blog en la página del lunes, 30 de septiembre de 2013, “PEDRO GOYENA – UN HOMBRE COHERENTE CON SU FE” http://bibliogoyena.blogspot.com.ar/2013/09/pedro-goyena-un-hombre-coherente-con-su.html 
[23] José Clemente (o Camilo) Paz (n. Bs. As. 2/10/1842 – Montecerlo, 10/3/1912) Fue un rico estanciero, político, diplomático y periodista; fundador del diario ”La Prensa” que defendía los intereses de la oligarquía agro-ganadera. El lunes 18 de octubre de 1869, a las tres de la tarde, los porteños escucharon por primera vez el voceo de “La Prensa”. La dirección de esa hoja impresa por ambos lados a cinco columnas recayó en su amigo Cosme Mariño. Cuando en julio de 1871 se convirtió en matutino, de la imprenta ubicada en Moreno 73 salían unos tres mil ejemplares que se fueron multiplicando hasta alcanzar los 125.000 a principios del 1900. El crecimiento de la empresa motivó la construcción de un suntuoso palacio a pocos metros de Plaza de Mayo. (Ver: Gran Enciclopedia Argentina Tomo VI - pp. 250 y 251) 
[24]Pedro Mallo (N. Bs. As. 11/8/1837 – 17/6/1899) Hijo de Manuel Mallo y de Juana Freyre. Ingresó a la facultad de medicina de la Universidad de Buenos Aires en 1858 y se doctoró en medicina en 1864 con una tesis sobre la enajenación mental. Junto con Ángel Gallardo redactó la “Revista Médico Quirúrgica”  cuyo primer número apreció el 8 de abril de 1864; se publicó cada quince días hasta 1883.