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miércoles, 30 de octubre de 2013

ANTOLOGIA DE HUDSON CON ESTUDIOS CRÍTICOS DE BORGES Y OTROS

La Biblioteca Popular Pedro Goyena posee una abundante bibliografía de y sobre Guillermo Enrique Hudson. Este libro que reúne varias obras breves de nuestro escritor nacido en lo que fue el viejo Quilmes, en la estanzuela "Los Veinticinco Ombúes", el 4 de agosto de 1841, en una época que el partido se extendía desde lo que es hoy Avellaneda hasta la Magdalena y desde el Río de la Plata hasta San Vicente.
Este libro se terminó de imprimir el 5 de agosto de 1941, por Editorial Losada, en el Centenario del nacimiento de Hudson. El título es "Antología de Guillermo Enrique Hudson" y el subtítulo "Con estudios críticos sobre su vida y su obra". Precede las críticas el eminente Dr. Fernando Pozzo un exégeta de Hudson y un eminente quilmero por cuánto hizo y dio en cultura, educación a Quilmes y por el  enriquecimiento de nuestro patrimonio histórico. Ese año Pozzo era comisionado municipal y estaba en plena actividad pública.
Le siguen los estudios son de Ezequiel Martínez Estrada, Jorge Casares, Jorge Luis Borges, H. J. Massingham, V. S. Pritchett y Hugo Manning.
Detengámonos en la nota sobre "La tierra purpurea" que escribió Borges para este libro: ESTA novela, primogénita de Hudson, es reducible a una fórmula tan antigua que casi puede comprender la Odisea; tan elemental que sutilmente la difama y la desvirtúa el nombre de fórmula. El héroe se echa a andar y le salen al paso sus aventuras. A ese género nómada y azaroso pertenecen el Asno de Oro y los fragmentos del Satiricón; Pickwick y el Don Quijote; Kim de Lahore y Don Segando Sombra de Areco. Llamar novelas pica­rescas a esas ficciones me parece injustificado: en primer término,
por la connotación mezquina de la palabra; en segundo, por sus limitaciones locales y temporales (siglo dieciséis español, siglo diecisiete). El género es difícil, por lo demás. El desorden, la incoherencia y la variedad no son inaccesibles, pero es indispensable que los gobierne un orden secreto. He citado algunos ejemplos ilustres; quizá no haya uno que no exhiba defectos evidentes. Cervantes moviliza dos tipos: un hidalgo “seco de car­nes", alto, ascético, loco y altisonante; un villano car­noso, bajo, comilón, cuerdo y dicharachero; esa discordia tan simétrica y persistente acaba, por quitarles realidad, por disminuirlos, a figuras de circo; Kipling inventa un Amiguito del Mundo Entero, el libérrimo Kim; después, imperdonablemente, le da el horrible oficio de espía. Anoto sin animadversión esas lacras; lo hago para juz­gar The Purple Land con pareja sinceridad. 
El mayor defecto de esta novela es (me parece) la vana y fatigosa complejidad de ciertas aventuras. Pienso en las del final: son lo bastante complicadas para fatigar la atención, pero no para interesarla. En esos onerosos capítulos, Hudson parece no entender que el libro es suce­sivo (casi tan puramente sucesivo como los viajes de Simbad o como el Buscón) y lo entorpece de artificios inútiles. En realidad, su novela tiene dos argumentos. El primero visible: las aventuras del inglés Richard Lamb en la Banda Oriental. El segundo, íntimo, invisible: el acriollamiento de Lamb, su conversión gradual a una mo­ralidad cimarrona que recuerda un poco a Rousseau y prevé un poco a Nietzsche. Sus Wanderjahre [1] son Lehrjahre [2] también.
Quizá ninguna de las obras de la literatura gauchesca aventaje a The Purple Land. Sería deplorable que tres o cuatro errores o erratas, (Camelones por Canelones, Acia por Arias, Gumesinda por Gumersindo) nos esca­motearan esa verdad. The Purple Land es fundamen­talmente criolla.
En Ascasubi hay una felicidad no menor, hay rasgos más vívidos, pero están inconexos y secretos en tres tomos incidentales, de cuatrocientas páginas cada uno. El Martín Fierro (pesé al proyecto de canonización de Lugones) está falseado por inconvincentes bravatas y por una quejumbre casi italiana; Don Segando, por el afán de magnificar las tareas más inocentes. Nadie ignora que su narrador es un gaucho; de ahí lo doblemente in­justificado de ese gigantismo teatral que hace de un arreo de novillos una función de guerra. Güiraldes ahueca la voz para referir los trabajos cotidianos del campo; Hudson (como Ascasubi, como Hernández, como Eduardo Gutiérrez) narra con toda naturalidad hechos acaso atroces.
Alguien observará que en The Purple Land el gaucho no figura sino de modo lateral, secundario. Tanto mejor para la veracidad del retrato, cabe responder. El gaucho es hombre taciturno, el gaucho desconoce, o desdeña, las complejas delicias del recuerdo y de la introspección; mostrarlo autobiográfico y efusivo, ya es deformarlo. 
Otro acierto de Hudson es el geográfico. Nacido en la provincia de Buenos Aires, en el círculo mágico de la pampa, elige sin embargo la tierra cárdena donde la montonera fatigó sus primeras y últimas lanzas: el Es­tado Oriental. Esta elección propicia le permite enriquecer el destino de Richard Lamb con el azar y con la va­riedad de la guerra: azar que favorece las ocasiones del amor vagabundo. Macaulay, en su artículo sobre John Bunyan, se maravilla de que las imaginaciones de un hombre sean con el tiempo recuerdos personales de mu­chos otros. Las de Hudson perduran en la memoria: el gaucho ensimismado que pita con fruición el tabaco ne­gro, antes de la batalla; la muchacha que se da a un forastero, en la secreta margen de un río.
Mejorando una frase qué James Boswell ha divulga­do, Hudson refiere que muchas veces en la vida empren­dió el estudio de la metafísica, pero que siempre lo in­terrumpió la felicidad. La frase (una dé las más her­mosas del mundo) es típica del hombre y del libro. Pese a la brusca sangre derramada y a las separaciones, The Purple Land es de los pocos libros felices que nos han deparado los siglos. (Otro, también americano, también de sabor casi paradisíaco, es el Huckleberry Finn de Mark Twain)
 Jorge Luis Borges

NOTAS


[1] Años migrantes, errantes, peregrinos. 
[2] Período de aprendizaje

EL LEGADO INMERECIDO

Y, sin duda, de esta fuente borgiana, también abrevó el profesor Juan Carlos Lombán para su “Guillermo Enrique Hudson o el legado inmerecido”, donde se explaya ampliamente, asociado a la teoría que aquí enuncia Borges sobre la visión y el conocimiento del gaucho que tiene Hudson, el hombre de la pampa que él mismo fue. El libro del Prof. Lombán será próximamente reeditado por la "Editorial Buenos Aires Books” que desde hace algunos años está publicando la obra de Hudson y cuanto sobre él se ha escrito.

 Foto del monumento a Hudson que se halla en Hyde Park, Londres, Inglaterra.
ESTUDIOS CRÍTICOS
 Después de la “Semblanza de Hudson” del Dr. Pozzo y el texto antepuesto de Borges, siguen: “Estética y filosofía de Hudson”, por Ezequiel Martínez Estrada; “Hudson y su amor a los pájaros”, por Jorge Casares; “Nota sobre La tierra purpúrea”, por Jorge Luis Borges; “Hudson, el naturalista”, por V. S. Pritchett; “Hudson, el gran primitivo”, por H. J. Massingham; “Significación e influencia futura de Hudson”, por Hugo Mann­ing 

En las Paginas escogidas de Hudson se hallan los capítulos de “Allá lejos y hace tiempo”: Primeros recuerdos, La muerte de un perro viejo, El monte, Un gran pampero, Mi primera visita a Buenos Aires

El criador de overos, El animismo de un niño

De. Días de ocio en la Patagonia”: ¡Al fin en la Patagonia!, La víbora de la cruz, La guerra contra la naturaleza, La vida en la Patagonia, El sentido de la vista en los salvajes, Las llanuras de la Patagonia. De “El naturalista del Plata”:El puma o león de América, Biografía de la vizcacha; De “El ombú”: El niño diablo; De “Aventura entre pájaros”: Cardenal: Historia de mi primer pájaro enjaulado.
 Y culmina en libro con detalle de la bibliografía hudsonina: “Obras de Guillermo Enrique Hudson”
  
El libro fue adquirido en la librería "Santa Rita", propiedad de Orlando Carbone y Alicia Bornand de Carbone, que proveyeron de libros a los quilmeños hasta mediados de la década del `70, pero esa es otra historia. 


Bibliógrafa Cristina Secco
 Chalo Agnelli
Docente, escritor, historiador y bibliógrafo