Desde la infancia sentí un placer casi sensual en recorrer
librerías de viejo, hurgar entre libros hasta perder la noción del tiempo.
Hace varios años atrás, en un subsuelo de la Avenida de Mayo en la Capital Federal, encontré un
libro de lecturas para la escuela primaria y curioso lo hojeé interesado en la
didáctica de los libros de lectura - varios de ellos, de la colección de la Goyena fueron publicados en este blog -, de persistente presencia en la educación
argentina, desde el “Silabario Argentino”
del Dr. José Antonio Wilde y “El Tempe Argentino”
de Marcos Sastre, hasta los escritos por Juana Manuela Gorriti y Juana
Manso.
El titulo, “Nuestra Arcadia”, con un agregado
que no podría llamar subtítulo, que dice: “Texto
de lecturas artística para alumnos de 6º grado”, el autor fue José P.
Barros, de quien en la portada agrega “Inspector
técnico de escuelas particulares de la Capital”.
El uso de la Arcadia, intenta un paralelo
entre nuestro país y la provincia griega de ese nombre, la prefectura más
grande de la península del Peloponeso, su capital es Trípoli. Pero también
nombre de un país imaginario donde reina la dicha eterna, la sencillez y la paz
en un ambiente idílico habitado por una población pastoril que vive en comunión
con la naturaleza. José P. Barros deposita ese ideario en la República Argentina.
Las lecturas refieren a nuestros paisajes y nuestra
geografía, al hombre y la mujer argentinos, nuestra cultura, folklore y
tradiciones, relatos breves, descripciones de plantas y animales, etc., y entre
esa fronda de 74 textos más un glosario de regionalismos y palabras autóctona,
el número 73 se titula “Quilmes”.
Sugestivamente es la única lectura referida a una localidad de la provincia
de Buenos Aires que contiene el libro y la última“La Gran Urbe”,
es una descripción veloz y laudatoria de la ciudad de Buenos Aires.
El Sr. Barros, catamarqueño, si no vivió en Quilmes debió
pasar algunas temporadas en estas costas; quizá visitando a su coprovinciano el
profesor José Sosa del Valle, o en alguna quinta de fin de semana o en el
Balneario de los Fiorito que en esos años estaba en su apogeo. Y “la ciudad bonaerense de los molinos”, le
debe haber despertado entusiasmo por su sereno transcurrir o por un amor
temprano o tardío.
El estilo como el título carga con elementos de la retórica
modernista que a un lector del tercer milenio le resulta denso o ampuloso,
defectos que no tiene para nada, a mi modesto entender literario y lingüístico.
Incluye circunstancias históricas sobre los quilmes, su epopeya y su derrota.
Pero como la divulgación de la cultura y la historia de esta
localidad y “sus dos hijas vecinas” es un camino que vengo
andando desde hace algunos años, vale pararse en este recodo y transcribir este
texto que posee algunos errores de tiempo y origen de la localidad y su pueblo
fundador.
El libro se publicó en 1930, por F. Crespillo, Editor, que por la lista de libros que figuran en la contratapa se dedicaba a editar libros escolares. Ese año en que el 23 de abril, se estableció el Día Internacional del Libro, fecha escogida por la Conferencia General de la UNESCO.
Hoy el libro está en la Goyena para consulta de quienes gusten de hurgar en viejos textos. Y se sumará al Museo Bibliográfico que la Biblioteca inaugurará este año. Chalo Agnelli
QUILMES
La ciudad bonaerense de los molinos. [1]
La Estrasburgo argentina, por su
vieja fábrica de rubia y espumosa cerveza.
¡Cuántas veces hemos
evocado el génesis de este pueblo mirando el hormigueo de sus habitantes en el
moderno ajetreo de su vida ciudadana.
¡ Y cuan pocas serán
las personas que, con la inquietud espiritual que a nosotros nos hunde en
históricas y lejanas revivencias, hayan pensado alguna vez en la posibilidad de
que en su sangre pudiese haber vestigios de la raza secular de los Quilmes,
cuyo nombre y cuyo bravo prestigio, como esas corrientes que desaparecen en el
desierto para surgir de nuevo en luengas tierras, parecen haberse hundido en la
montaña tras del cataclismo de la heroica estirpe, emergiendo con nuevos bríos
en las serenas márgenes del Plata.
¡Qué extraordinaria
transfusión han verificado los siglos!
¿Como ha podido
fecundar la torva planta de las cumbres en la mansa llanura que acarician las
brisas húmedas del Atlántico? ...
La raza que se aferra
al solar donde ha nacido, como el chaguar a la peña, como la flor del aire al
cardón, como la parásita liana al elevado y elegante visco... la heroica raza de la leyenda de Marte,
cuya resistencia, de siglo y medio pone una nota fantástica en la historia de
las conquistas de la humanidad... la
raza hermana de los huracanes y los cóndores, transfundiéndose en la virgen
pradera de la llanura bonaerense y ahogándose en el turbión de nueva sangre y
costumbres diferentes, explica el misterio de la aclimatación materna en
cualquier sitio donde nazcan sus hijos.
Quilmes fue fundado en
1670. (sic) [2]
Para darle vida a este
pueblo, fue necesario matar la raza que puso en jaque al poderío español.
Conviene, siquiera sea
para mentar su origen, recordar a grandes rasgos la sombría tragedia.
Fueron los indios
Quilmes originarios de Chile, [3] probablemente de las
regiones de Copiapó y La Serena,
que se encuentran en línea con los famosos valles calchaquíes. Antes que
humillarse subyugándose a los ejércitos invasores de los incas, emigraron en
masa al valle de Yocahuill, hoy de Santa María, en la provincia de Catamarca.
Recibidos por los yocahuiles
y hualfines con las armas en las manos, fueron luego aceptados, asignándoseles
como definitiva morada las fragosas montañas de aquel legendario valle.
Los conquistadores
españoles, al penetrar en Calchaquí, les encontraron fusionados ya con las razas
nativas. Toda la epopeya les mantuvo en armas.
Desde Diego de Almagro a Núñez del Prado, de Zurita a Castañeda, de
Gerónimo Luís de Cabrera a Don Alonso de Mercado y Villacorta, es decir, desde 1535 a 1669, año en que,
traicionada la raza por los tolombones que se unieron a los castellanos,
termina con la deportación de los valerosos quilmes, la gloriosa epopeya de la
conquista del Tucumán.
Como ya se ha dicho, la historia de la humanidad no registra otro caso
de valor semejante. Ni las glorias de Cartago, ni la conquista de las Galias,
ni la expedición de Cortés ni la famosísima y estupenda travesía de Álvar
Núñez, pueden resistir un parangón con esta grandiosa brega de la conquista
de Calchaquí, tanto por el tesón y la temeraria audacia de los castellanos
como por lo heroico y sangriento de la defensa nativa, que cobra con los
quilmes el aspecto fantástico de una guerra de mitos.
"Pasma el valor de los castellanos - dice el cronista - subiendo a las cumbres más
escarpadas, donde se había parapetado el león como en su postrer baluarte.
Miles de ataques les fueron llevados y miles de veces retrocedieron los
atacantes o quedaron destrozados por los incendios del pasto de las cumbres, el
derrumbe de pircas y peñascones colosales, elementos a los que se sumaba el
frío y el hambre".
Mercado y Villacorta decidió abandonar por un tiempo esas regiones,
avergonzado por la impotencia de sus ataques contra el salvaje, aferrado a sus
rocas como el filón a la peña.
Poco duró esta tregua, porque vuelto Mercado y Villacorta al Tucumán,
obsesionado por la idea de vengar sus derrotas y terminar para siempre con los
quilmes, que ya habían minado demasiado su prestigio, aquellos se encontraron
de nuevo con las hogueras encendidas.
Cruenta y larga fue la lucha y cuando todo Calchaquí fue domado y
atado el brazo del último guerrero indio, el gobernador desparramó a todos los
vientos los restos de aquella terrible raza.
Doscientas familias fueron entregadas al Maestre de Campo Don Gerónimo
Funes para que los trajese a Buenos Aires en tiempos de la Real Audiencia
presidida por Salazar.
Con las familias de quilmes vinieron mil seiscientos indios calianes.(acalianos)
Desde entonces, Calchaquí quedó convertido en una inmensa necrópolis,
pero en Quilmes, a orillas del Plata, se levantó como una flor de holocausto la
nueva raza heredera de sus glorias.
EDICIÓN Y AUTOR
El
autor, educador, era descendiente de José Antonio Barros, funcionario catamarqueño,
secretario del cabildo en 1816, quien firmó en 1821, el acta de la autonomía de
Catamarca separada desde entonces de la provincia de Tucumán. José
P. Barros es autor, además, de “Siembra platónica - Admoniciones
reservadas. Sátira, amor, filosofía, crítica”; publicado en 1939.
Compilación e investigación Chalo Agnelli
Comisión Administradora de la Bibl. Popular P. Goyena
REFERENCIAS
[1] Hasta las dos primeras décadas del siglo XX a Quilmes se la apodaba "el pueblo de los molinos", por la cantidad de molinos de viento para extraer agua de fuentes subterráneas y luego bombearlas.
[2] La Reducción de la Santa Cruz de los Quilmes se creó entre los meses de julio y noviembre del año 1666.
[3] Una de las teorías que en los últimos años se está derribando por nuevos descubrimientos arqueológicos y antropológicos.
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